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Napoleón y sus batallas olvidadas en Guadarrama

13:25 Publicado por Jorge Pizarro
Diciembre de 1808, Napoleón Bonaparte sale de Madrid a la caza del adversario inglés. En su carrera contra el tiempo, afronta un lance cuya odisea se integra en la crónica desconocida de la ocupación francesa, el paso del Guadarrama. El desafío a una modesta cordillera del centro peninsular, pudo significar el mayor descalabro sufrido por el ejército más poderoso de la Edad Moderna
Es la mañana de Nochebuena, una intensa tempestad azota las cumbres serranas, ocultas tras la gélida niebla invernal. De las entrañas del vendaval surgen voces entrecortadas apenas perceptibles para el oído de cualquier ser vivo que haya osado retar a la furia de los elementos: ¡Avant, avant, tous devance! Penosamente, un hombre vestido de uniforme, con un grueso mostacho plateado, lucha por ascender esa maldita rampa en tanto que a su lado un caballo queda varado en un ventisquero, espumeando grotescamente por los belfos. Detrás, inmersos en la neblina, se adivina un grupo de soldados ateridos que usan los fusiles como bastón pugnando por mantener el equilibrio en medio de aquel infierno de hielo.Unos metros más bajo, varios artilleros mueven a brazo un cañón cuyo tiro ha quedado tumbado en el suelo agonizando de agotamiento. El esfuerzo sobrehumano menoscaba lentamente a la larga columna militar que ha retado al duro entorno montañés. A pesar de ser mediodía, la oscuridad es tal, que los hombres se dan la mano para no extraviarse, lo que equivaldría a una muerte segura: son gente extraña en un país extraño en el que no se lucha contra un ejército, sino que se combate contra la climatología.El peor campo de batallaCuando aún no han completado la mitad de la ascensión, veteranos grognards, orgullosos vencedores en tantos campos de batalla de la vieja Europa, comienzan a claudicar, las fuerzas están al límite, pero es necesario avanzar.La caballería echa pie a tierra y los jinetes forcejean con las bridas de sus cabalgaduras, que exhaustas rehúsan seguir adelante. No comprenden que es imperioso detener a la vanguardia británica que lucha junto a esos españoles que se han levantado contra el Emperador, hay que continuar cueste lo que cueste. El sexto cuerpo de ejército francés pelea contra su propio orgullo el día en que todos esperan al Salvador, aquel que traería la paz mientras se disputa una guerra.Un descanso, un alto en el camino que regenere transitoriamente las energías de la tropa, apresada por un frío que ni tan siquiera en Polonia había padecido, se da la orden de no tumbarse y no permanecer quieto, pero algunos soldados, profundamente malhumorados, desobedecen la decisión. Después no volverán a levantarse.Sólo un hombre, Napoleón, sería capaz de arrastrar a una fuerza en tal estado con tan sólo una palabra: ¡Allez! A la voz, todos los pelotones forman para continuar el calvario que todavía les resta para coronar ese miserable puerto, antes desconocido pero que quedará grabado para siempre en su memoria. Desmontando de su caballo y afianzándose en el brazo de su amigo Savary, el caudillo galo prosigue la marcha convencido de que esta, será otra victoria más. Las nevadas rampas de La Tablada hacen frente a la Grande Armée, en un intento desesperado de paralizar la obstinada maniobra, la climatología combate del lado hispano ante la carencia de una cruzada que detenga el avance invasor, pero la vanidad extranjera es desmedida y el empeño tiene finalmente su fruto. Cuatro horas después las primeras avanzadillas llegan a la cresta del camino, y divisan la figura granítica de un león envuelto entre brumas que con la expresión pétrea de su faz, les ha demostrado cuán dura será su empresa en el futuro
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