La tribulación olvidada de los 157 franceses residentes en Cádiz en 1808 a los que los españoles confinaron en un buque en ruinas · Muchos de ellos tuvieron que perecer por el hambre y las fiebres · Su sufrimiento es sólo un renglón de la Historia.
Cádiz celebra dentro de dos años el Bicentenario de la Constitución del Doce y San Fernando ya ha estrenado la iluminación para conmemorar la resistencia al francés del Diez. Es el momento de recuperar 157 nombres, los de los franceses que vivían en Cádiz durante el asedio y que fueron recluidos por los españoles en el pontón Rufina, un buque en ruinas, en el saco de la Bahía, tan cerca de los lugares veraniegos en los que los turistas, muchos de ellos franceses, se acangrejan en verano. 200 años atrás sangre francesa sufrió justo enfrente, confinados en ese pontón, hambre, disentería y fiebres. ¿Cuántos murieron abandonados? No se sabe.Ésta es la historia, pongamos por caso, de José Caindel y Lorenzo Labartbe. No sabemos nada de ellos. Todo lo más que el primero era criado de la posada La Perdiz, que está situada, en 1808, en la plazuela del Palillero y que, aunque no tiene el renombre de otras, es un sitio limpio al que acuden comerciantes de segunda. El segundo es mozo del café del Ángel, en la calle Santo Cristo, honorable lugar. José y Lorenzo, franceses como tantos en el Cádiz de la época.La historiadora Hilda Martín ha buceado en el Archivo Histórico Nacional hasta hacerse con el legajo donde aparecen los nombres de los 157 hijos de Francia represaliados, confinados y desnutridos durante el asedio de la ciudad. Afirma la historiadora que "los franceses ocupaban el segundo lugar en número de extranjeros en el Cádiz de la época. Se ocupaban de oficios de baja cualificación. Eran sirvientes de familias acomodadas porque contar con personal francés entre el servicio acrecentaba de cara al exterior el poder económico de la familia en cuestión. Algunos ascendieron en la escala social y se hicieron un hueco entre los artesanos de la ciudad". Pero ya hemos visto que José era criado y Lorenzo mozo. En concreto, según el censo de la época, en 1808 vivían en Cádiz 642 franceses y 81 francesas. Sólo eran superados en número por los mil y pico italianos, muchos de ellos de buena posición social, sobre todo los genoveses. Humildes pero queridos, no se olvidaba que habían sido aliados españoles durante décadas y juntos habían vivido el desastre de Trafalgar, del que no hacía tanto tiempo, apenas tres años. Y ahora era todo lo contrario.Seguramente el criado y el mozo hablaran de ello en el café del Hondillo con el resto de sus compatriotas. El café, en la calle que le daba nombre, era propiedad del francés Juan Lafont y el que servía era Juan Lacaste, otro francés. Puede uno figurarse las charlas en ese lugar, que no era de los de mejor fama. En el Hondillo los franceses tenían que recibir noticias de una guerra total, de una invasión de sus compatriotas que incluía el saqueo y la violación. El terror. Pero también tendrían que saber el triste destino de los prisioneros que hacía la guerrilla española y del miedo de una leva obligada a venir a España, al punto que muchos de los futuros soldados se rociaban los dientes con ácido para perderlos y así ser inservibles para el servicio, inservibles para morder la munición y cargar el arma, como recuerda el historiador francés Gerard Dufour: "Napoleón calificó la campaña como desgraciada guerra de España y Francia sigue aplicando el propio sistema inventado por el emperador : silenciar las derrotas y hablar únicamente de sus hazañas personales. Nada sabe un escolar francés del destino que corrieron muchos de sus compatriotas en España". Lo que no tenían por qué saber los parroquianos de El Hondillo es lo que aparece en algunos documentos del Archivo Histórico, ni tampoco saber quién era un tal Juan Thomas Laurès, que escribe en lo que queda del otoño de 1808 desde El Escorial, pidiendo clemencia a quien corresponda. Es prisionero del rey español al que juró lealtad y de la milicia española en la que sirvió. Su delito es ser francés. Tampoco saben nada de una mujer de nombre María, sevillana, que suplica que su marido Daniel, francés, sea puesto en libertad porque el negocio del que malviven se va a pique. Dice María en su carta que su marido siempre ha sido leal a España, lo que pueden atestiguar testimonios de vecinos que remite en su súplica. Quizá sí haya llegado al Hondillo la indignación de un respetable gaditano de nombre Gregorio de Condon, abogado de los reales, que anda estos días intentando explicarse cómo es posible que haya sido rechazada su solicitud para formar parte del voluntariado de los batallones distinguidos. El único motivo que le han dado es que su padre era francés. Todo es confuso para estos criados, que escuchan a los más informados decir que muchos españoles ilustrados aceptan la deshonrosa renuncia de los borbones en Bayona y aceptan el reinado de Pepe Botella.Corre junio de 2008, están frescos los sucesos de Madrid. Primero se puede leer un edicto en el Diario Mercantil que conmina a los franceses residentes en Cádiz a jurar la bandera española. No era extraño. En los territorios ocupados se obligaba a los españoles a jurar lealtad al hermano de Bonaparte. Poco después sale un nuevo edicto en el que se lee "amigos franceses: luchemos contra el tirano Bonaparte". No sabemos si juraron o no juraron el mozo y el criado, pero posiblemente les hubiera dado igual porque el siguiente paso es desposeer a los franceses de sus comercios y echarles de sus empleos. Aunque no haya constancia, podemos dar por hecho que los criados no tendrían posibilidad de volver al Hondillo, porque sería clausurado como lugar de conspiración, y que un día les dirían en La perdiz y en el café del Ángel que ya no volvieran por allí. Se encontrarían José y Lorenzo en la calle y sin modo de ganarse a la vida por lo que serían calificados de indigentes. Era el segundo paso. Porque un miembro de la aristocracia ociosa y belicosa, Marqués de Villael, un tipo odiado por los gaditanos por sus modales pedantuelos, firma el destino de nuestros hombres. Los franceses que no puedan justificar un modo de ganarse y la vida, y ellos no podían porque se había ordenado que no pudieran, serían confinados. España tiene un nuevo aliado, Inglaterra, y adopta algunas de sus costumbres. Por ejemplo, colocar los presos que les sobran en pontones. Y ahí entra en juego una nebulosa, un renglón de la historia: el pontón Rufina. Mientras los franceses de cierto nivel pasan el asedio encerrados en el castillo de Santa Catalina, José y Lorenzo son llevados al buque de los proscritos. Rafael Maestre, comandante de los pontones entre 1809 y 1810, el tiempo estimado que estos gaditanos de sangre francesa pasaron allí, habla abiertamente que en el hacinamiento de sus presos hay "miseria, desaseo, desnudez y penuria". Hilda Martín no tiene ninguna duda de que muchos murieron allí, sobre el mar, junto a la orilla de Cádiz.Sin embargo, hay algún testimonio, como el de Sebastián Blaze, farmacéutico del ejército de Napoleón y prisionero en Cádiz, que cuenta en sus Memorias de un boticario cómo alega una falsa enfermedad para ser trasladado al hospital y allí se encuentra con numerosos franceses residentes en Cádiz, que "son tratados con más consideración que el resto de los prisioneros. A menudo son llevados a Segunda Aguada para tener noticia de sus mujeres, hijas o amigas". Según considera Ramón Solís en su libro El Cádiz de las Cortes, un clásico de la historia local y que fue prologado por Gregorio Marañón, "la custodia estaba tan abandonada que muchos pudieron fugarse y la prisión de estos franceses españoles no debió de ser larga y regresaron a sus oficios y profesiones".Lo cierto es que en los siguientes censos de la ciudad, una vez finalizada la invasión, el número de los franceses desciende drásticamente. No está claro que regresaran a sus oficios y profesiones. No tiene mayor rigor que el cotejo, pero apenas queda ningún apellido ni ninguna derivación de los 157 habitantes del pontón, del campo de concentración de la retaguardia.En otro libro de referencia, El asedio de Cádiz, de Adolfo de Castro, se cuenta el "horroroso temporal" que sacude el litoral los días 6, 7 y 8 de marzo de 1810. "Desamárranse tres navíos y una fragata de guerra españoles, y van a dar en las costas de Puerto Real. Sálvanse, como pueden, los marinos, combatidos por el huracán y los fuegos enemigos y auxiliados por las cañoneras y los botes de la escuadra británica. Un navío de guerra portugués y veinte buques mercantes son víctimas del furor del viento y las olas".Bajo el temporal hay un endiablado cruce de cañonazos. Cuenta Castro que "los prisioneros en uno de los pontones cortan las amarras y van a dar en las costas del Puerto de Santa María, bajo bandera francesa. Sálvanse a nado y reciben el auxilio y el aplauso de sus compatriotas". ¿Fue el Rufina? Hilda Martín lo duda, ya que el temporal ocurrió dos años después del inicio del confinamiento y en Cádiz había más de 3.500 presos franceses que venían del grueso de la tropa del derrotado Rosilly. Pudo haber sido cualquier otro pontón. Aun así, sería un bonito final para el criado y el mozo, José y Lorenzo, huyendo de la infamia, de aquellos vecinos que les condenaron al hambre y al abandono por ser franceses
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