Esta exposición, que trata de obras producidas por el arte de hoy sobre imágenes que generan las guerras, se declara como una muestra pacifista “militante y convencida”, y se sitúa en la línea abierta por Goya cuando estampó Los desastres de la guerra, aguafuertes de patetismo radical que cambiaron la conciencia de Occidente sobre la relación entre el poder y la guerra. Hasta Goya, los cuadros de batallas y las esculturas y monumentos de guerreros se habían utilizado como elemento “de representación” del poder (sólo los poderosos pueden declarar guerras, pues son dueños de la vida y la muerte de sus súbditos), y también como arte de propaganda. Pero a partir de Goya -como dice José Manuel Costa en el catálogo de esta exposición- se abrió paso “una visión de la guerra en la cual su brutalidad inmanente apenas se veía acompañada de algún mérito que justificara sus elementos ideológicos. Las artes visuales reaccionaron en consecuencia”, y sus obras dejaron de formar parte de la iconografía del poder. Es, pues, natural que Mariano Navarro, comisario de esta exposición, la haya titulado con el enunciado de uno de esos aguafuertes: ¡Grande hazaña! Con muertos, donde se condenan por igual las heroicidades despreciables de los invasores y de los invadidos en la Guerra de la Independencia, como documenta esta estampa en la que “se cuelgan de un árbol los cadáveres desnudos de tres hombres descuartizados y castrados. Es la esencia de la guerra misma, y su condena”. La primera parte de la exposición se dedica a entender la guerra como un aspecto del problema de la violencia. En la crítica de estas exposiciones colectivas de gran formato y de géneros diversos (se muestran aquí pinturas, esculturas, fotografías, vídeos e instalaciones de una treintena de artistas del circuito internacional) resulta imposible detenerse en apreciaciones particulares. Dentro de esas limitaciones, destacamos en la sala primera, dedicada a la violencia “de género”, una obra-emblema: la instalación escultórica del portugués Julião Sarmento, titulada Te quiero demasiado (con caja) (2006), en la que una figura de mujer, enlutada y encapuchada, aguarda sentada al borde un enorme embalaje de madera. En el ámbito dedicado a la violencia “del grupo de familia”, se impone el vídeo In ictu oculi (2009), de Greta Alfaro (última ganadora del Premio de Fotografía El Cultural), con el festín alegórico que se toman unos buitres sobre la mesa campestre de un almuerzo familiar. En el apartado de violencia “social” se subrayan dos obras: los insultos que se reparten, entre dos pantallas, los protagonistas del vídeo Megadawn vs Chikiflay (2002), de Juan López; y el filme claustrofóbico The Wiew (2005), del iraní Azari, en que dos encarcelados “se” cuentan lo que sucesivamente ven por el ventanuco de su celda. En fin, en el capítulo sobre violencia “política” impactan las fotos arquitectónicas “baleadas” (con munición de 9 mm. Parabellum), del cubano Carlos Garaicoa, y la gran foto A réquiem. Oswald (2006) en la que el japonés Morimura reconstruye e interpreta a todos y cada uno de los personajes de la célebre escena documental del asesinato de Oswald en 1963. Otra pieza de interés sobre imágenes manipuladas es el despiece que el cubano Diango Hernández hace del molde en yeso de una escultura “oficial”de Lenin. La segunda parte de la muestra es una panorámica de imágenes interpretativas de las guerras contemporáneas. El montaje expositivo persigue dos fines: declarar que no hay guerras justas y rendir homenaje a las víctimas de todas las guerras. Creo que merece la pena seguir esta panorámica notando hasta qué punto los “artistas de guerra” han adoptado criterios del arte de “micropolíticas”, interpretando las guerras desde la perspectiva intimista de los iconos cotidianos y de las imágenes de lo marginado (lo dejado fuera de las recensiones “históricas”), intentando hacer del arte una metáfora de nuestra propia capacidad de acción. Así interpretaremos de manera viva los actuales “juegos de la guerra” que fotografía Abramovic, el memorial de Bleda y Rosa sobre las cifras desnudas de los muertos en la segunda guerra mundial, la belleza perversa de las explosiones nucleares que dibuja Longo, los frames del vídeo clandestino rodado por Jacyr en un paso fronterizo de la guerra palestino-israelí, el vídeo de Alfredo Jaar sobre los efectos de la guerra anticolonialista de Angola (1975-2002), la perversión de la guerra de los Balcanes (1992-1995) “superada” en la belleza del tríptico barroco de Ambra Polidoro y en la versión de fotos de prensa de Simeón Saiz Ruiz
Están también los testimonios de Neil Hamon, Eric Baudelaire y Rogelio López Cuenca sobre la escenificación, el simulacro y las mentiras visuales de la guerra de Irak. Y la muestra se cierra con un recordatorio para la guerra civil española, con las imágenes renovadoras de Javier Arce (contra la mitificación del Guernica), de Fernando Sánchez Castillo (maqueta de la protección del monumento a Felipe IV en el Madrid bélico), de Eugenio Ampudia (el vídeo con los exiliados atravesando el paso de Le Perthus), y de Javier Ayarza (la foto de la fosa común transformada en parque infantil). Una exposición apasionada, que pide sentimiento limpio y mirada nueva.
José MARIN MEDINA
José MARIN MEDINA
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